Creo que la cerveza hace recobrar la lucidez perdida durante los líos de la semana laboral; al llegar el viernes se necesita, se hace imprescindible, porque viene a recuperarnos para el selecto mundo de la salud mental.
El viernes termina un ciclo laboral (ya sé que solo para algunos), y se instala el cansancio acumulado. Y a eso de las nueve de la noche, ya no soy capaz ni de restaurarme el maquillaje, ni de cambiarme de vestido por otro menos arrugado ni ponerme unos zapatos con más tacón para presumir; ya da igual las ojeras, mi curriculum semanal no da más de sí. Eso no quita las labores del sábado que son muchas: comprar, poner lavadoras, tender, arreglar armarios, actualizar el blog, responder correos….
Por eso la cerveza en el bar cercano a casa, el bar de nuestro barrio, donde nos miran más como vecinos que como clientes es sin duda la panacea. Relax, olvido por una hora y remedio eficaz contra los estragos causados por nuestro ritmo de vida. La felicidad momentánea viene de la mano de la espuma, y es la parada en seco de una etapa, para volver a sentirnos dueños de nosotros mismos y de nuestro tiempo.
La cerveza del viernes, junto a sus tapas, supone también valorar lo bueno que tenemos, y no olvidar que hubo un tiempo en que la hipoteca no nos permitía ni una sola cerveza de bar a la semana. Pero ahora, de momento, una caña fresquita y un plato de buenos boquerones fritos me hacen ver la vida maravillosa. Además, mi marido paga siempre la cuenta, que yo de precios no entiendo. Cerveza y un bar de barrio, o sea, la felicidad completa.
1 comentario:
No puedo estar más de acuerdo, Charo. Y luego, pillar la cama la noche del viernes, ummmmmmmmm, sin la amenaza del despertador. Placer total.
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