Trabajamos en diferentes destinos, formando parte del llamado dispositivo de seguridad de la cocina, para prevenir quemaduras de cacharros y estropicios de guisos, asados y cocciones, si al cocinero se le va “el santo al cielo". Estamos junto al fuego (vitro, inducción, hornillas), en los hornos convencionales y microondas, en la thermomix, en la nevera, pero también en la lavadora. Somos artilugios digitales de tiempo con una campanita avisadora que hoy vienen incorporados de fábrica a todos los electrodomésticos.
Eso sí, somos insobornables, pitamos cuando el tiempo se cumple, y a menos que haya alguna avería ajena a nuestra voluntad, somos inexorables. Productos de la tecnología más elemental, pero adelanto al fin y al cabo, buscando ayudar al cocinero a no meter la pata. Queremos que se le dé el tiempo justo a las cosas, que se consiga la calidad sin errores. No obstante, hay quien no nos acepta, y prefiere regirse por su propio instinto básico. Pero el cocinero/a de hoy nos necesita, porque siempre hace varias cosas a la vez.
Somos insistentes, plomazos, hasta conseguir que el cocinero, que posiblemente tuvo que ausentarse, distraído en otros quehaceres, como actualizar un blog por ejemplo, regrese a la realidad de la cocina, desconecte o suavice la intensidad del fuego, o cierre correctamente la nevera, cuya puerta tal vez quedó entreabierta. Somos los árbitros del tiempo en la cocina. No descansamos ni nos casamos con nadie. Nos da igual que estén hablando por el móvil, viendo la TV o leyendo la prensa; siempre interrumpimos llegado el momento.
Gracias a nosotros, el usuario comprobará: que se acabó el lavado de la ropa y hay que tender; que la carne que va para estofado ya debe estar tierna; que el bizcocho ya está en su punto; que los huevos ya están duros, o que el puré de verduras en la thermomix ya puede servirse. Y sobre todo, que todas las tareas pueden simultanearse.
El tiempo es algo más que una variable, pues mide también los excesos. La vida está llena de alarmas, de avisos, que a veces no queremos oír, que a veces se quieren silenciar por considerarse políticamente incorrectas; pero son llamadas al orden, toques de atención, cosquis inesperados. Algunos avisadores deberían tener contrato fijo: el de la pereza, de la indiferencia, de la falta de respeto, insolidaridad y de la mentira, aunque molesten por ser inoportunos. Nosotros seguiremos con nuestro trabajo, que para eso nos pagan.
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