Este blog arranca con la noticia de la concesión a mi receta “arroz perfecto de verduras” del segundo premio del concurso, organizado por el grupo Joly de comunicación. Mi hijo, creador de comeencasa.org la puso como punto de partida de una bitácora gastronómica, sabiendo mis deseos por emprender algo semejante.
Pero hoy quisiera contaros lo positivo que fue para mí presentarme a ese concurso, en el que no pensaba despuntar ni mucho menos, a sabiendas de la gran cantidad de buenos arroceros que andan sueltos por ahí. Mi receta fue de lo más sencilla. La prueba se realizó una mañana de enero de 2007, en la Escuela de Hostelería de Sevilla, frente al campo del Betis. Ya os podéis imaginar las enormes cocinas industriales, los fuegos desangelados y las increíbles mesas de aluminio, sobre las que tuvimos que trabajar los concursantes.
Los jóvenes alumnos de la Escuela, en calidad de pinches del concurso, eran más bien observadores, que iban de cocina en cocina y de plato en plato, sacando sus propias conclusiones sobre los diferentes arroces finalistas en preparación, en lo que para ellos era una jornada especial. Recuerdo que nos pidieron firmar en sus delantales, como si fuéramos muy importantes. Aquello me hizo ilusión.
Pero entre los muchos alumnos y alumnas, cada uno con sus circunstancias, conocí a una señora de mediana edad, quien me contó que hacía los cursos de la Escuela para dedicarse a la cocina profesionalmente, como medio de vida, pues las cosas no le habían ido demasiado bien. No se me olvida su mirada de interés por querer aprender, y sobre todo de esperanza ante el reto de empezar a trabajar como cocinera después de los cuarenta. Pero a ella le gustaban los fogones.
La cocina no es solamente lo que cuenta este blog, ni la frivolidad de los concursos, (yo asumo ambos como entretenimientos): hay muchas otras cocinas, y muchos otros problemas de los que viven con ella. Eso sí, el buen hacer es igual en todos los fuegos.
El concurso terminó con famosos, empresarios y modelos en el jurado. No faltaron la foto de los ganadores, los premios, ni un apetecible cóctel, al que se unió mi marido, todo ello en la zona de público del edificio. Pero yo me seguí acordando de los jóvenes habitantes de las cocinas, aprendices de un duro y maravilloso oficio: dar de comer a los demás.
Pero hoy quisiera contaros lo positivo que fue para mí presentarme a ese concurso, en el que no pensaba despuntar ni mucho menos, a sabiendas de la gran cantidad de buenos arroceros que andan sueltos por ahí. Mi receta fue de lo más sencilla. La prueba se realizó una mañana de enero de 2007, en la Escuela de Hostelería de Sevilla, frente al campo del Betis. Ya os podéis imaginar las enormes cocinas industriales, los fuegos desangelados y las increíbles mesas de aluminio, sobre las que tuvimos que trabajar los concursantes.
Los jóvenes alumnos de la Escuela, en calidad de pinches del concurso, eran más bien observadores, que iban de cocina en cocina y de plato en plato, sacando sus propias conclusiones sobre los diferentes arroces finalistas en preparación, en lo que para ellos era una jornada especial. Recuerdo que nos pidieron firmar en sus delantales, como si fuéramos muy importantes. Aquello me hizo ilusión.
Pero entre los muchos alumnos y alumnas, cada uno con sus circunstancias, conocí a una señora de mediana edad, quien me contó que hacía los cursos de la Escuela para dedicarse a la cocina profesionalmente, como medio de vida, pues las cosas no le habían ido demasiado bien. No se me olvida su mirada de interés por querer aprender, y sobre todo de esperanza ante el reto de empezar a trabajar como cocinera después de los cuarenta. Pero a ella le gustaban los fogones.
La cocina no es solamente lo que cuenta este blog, ni la frivolidad de los concursos, (yo asumo ambos como entretenimientos): hay muchas otras cocinas, y muchos otros problemas de los que viven con ella. Eso sí, el buen hacer es igual en todos los fuegos.
El concurso terminó con famosos, empresarios y modelos en el jurado. No faltaron la foto de los ganadores, los premios, ni un apetecible cóctel, al que se unió mi marido, todo ello en la zona de público del edificio. Pero yo me seguí acordando de los jóvenes habitantes de las cocinas, aprendices de un duro y maravilloso oficio: dar de comer a los demás.
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