Recuperé entre los viejos chismes de la cocina onubense de mi marido algunos objetos. Concretamente este juego de huevera, servilletero y cucharilla, todo ello para niños. Tenerlos entre mis manos me pareció un privilegio por su significado y por el cariño que llevaban dentro.
Pero al mismo tiempo me di cuenta de que ya no se habla de los famosos huevos pasados por agua, aquellos que nos preparaban en la niñez. Yo recuerdo que solía hacérselos a mi hijo para la cena, siempre en número limitado por el pediatra. También recuerdo que la señora del puesto de frutas y verduras donde yo compraba entonces, me solía traer del campo unos huevos frescos y naturales, que a menudo contenían dos yemas. Está claro que siempre ofrecemos a nuestros hijos lo mejor.
En cuanto al tiempo de cocción para preparar un huevo pasado por agua, antes se decía que una vez comenzada la ebullición del agua, se rezaba un padrenuestro y ése era el tiempo justo; entonces no había relojes de cocina. Creo que eso depende también del lugar geográfico en dónde se haga –según he leído-. Pero está claro que el huevo pasado por agua debe llevar su punto de jugosidad, además de ser consumido enseguida.. Una vez rota la cáscara y descubierto el interior, el pan migado sobre él lo convierte en todo un placer. Esta copita para el huevo aporta la utilidad y el encanto necesarios para degustar esta riquísima receta de andar por casa.
Aquí va también un biberón de agua de mi hijo, algo más pequeño que los de leche, y que tantas y tantas veces preparé para él, cuidando de no equivocarme con las medidas, a pesar de que a veces me caía de sueño. El primero lo pedía a eso de las seis de la mañana, después de noches en blanco y con toses persistentes. Esto le sonará a muchas madres y también a algunos padres.
Y por último, esta pequeña talega, ya descolorida por el paso del tiempo y los lavados, ha llevado durante muchas tardes el bocadillo de queso, el plátano y la naranja mandarina con que mi hijo reponía fuerzas en el colegio. Abrirla y oler su interior daba gusto. Creo que esta taleguita debería estar en las mochilas de todos nuestros niños, en lugar de tanta puñetera consola y tanto pegajoso móvil; ellos, por vivir en este país pueden comer bien. Hoy para mí estos objetos son solo reliquias y me encanta enseñarlos.
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