Tenía yo unos once años cuando los Reyes Magos me pusieron esta máquina de escribir, el modelo: PLUMA 22; fue una de las primeras portátiles que salieron al mercado en España. Era ligera, coqueta y eficaz, y por supuesto mi padre la fue pagando a plazos. Olivetti era nuestra referencia.
Yo por entonces cursaba 2º de bachillerato técnico, un plan de estudios desaparecido como tantas otras cosas buenas, con sus ciclos elemental (cinco años) y superior (dos), y sus respectivos exámenes de reválida. Siete cursos en total –uno más que el plan general- pero que permitían evitar el llamado COU. En su lugar, la prueba llamada “de madurez”, parecida a la selectividad de hoy, proporcionaba el ingreso en la Universidad.
Cuando me llegó esta máquina PLUMA-22, yo ya llevaba practicando mecanografía desde primero de bachiller –era una niña, tenía diez años-, y ella se convirtió en la reina de la casa. En ella escribíamos todos: mi padre con dos dedos, como en la oficina del cuartel cuando hizo la “mili”, mi madre aprovechaba para practicar y recordar sus años de mecanógrafa que había sido, y mis hermanos, entonces pequeños, intentaban encontrar las letras en ella con gran empeño. Sus teclas guardan aún las huellas de todos ellos.
Mi PLUMA 22 era todo un símbolo de las aspiraciones de una época en la que se exigía y se presionaba para empezar a trabajar joven, para ayudar a casa, para vivir mejor. Fue cuando el mensaje social asumido era que las cosas se conseguían a base de esfuerzo, de mucho trabajo, y sin embargo de ilusión.
Con el tiempo conocí otras máquinas manuales, pero enseguida llegaron las electrónicas de IBM con esfera y distinto tipo de letra; más tarde arribaron las electrónicas, con display para ver los textos; y finalizando la década de los ochenta, llegó el ordenador y los tratamientos de textos. Con todos ellos he trabajado.
Hoy va este homenaje a mi primitiva máquina de escribir, que dejé un tanto olvidada en casa de mis padres cuando me independicé, pero que mi hermano recogió amorosamente y reparó, hasta que en un honroso gesto me la devolvió. Ahora convivo con mi ordenador portátil, pero la PLUMA-22 sigue a mi lado, como mi primer testigo de superación laboral y social.
6 comentarios:
Ciertamente, en pocas líneas nos trasladas a otro tiempo donde se valoraba el esfuerzo (hoy, palabra en extinción...), nos describes a tu familia, entrañablemente, y haces un recorrido por el paso del tiempo (yo, siempre con mi obsesión), tan cambiante, a través de las máquinas para escribir.
La evolución , últimament es así: más técnica, pero menos valores.
Por cierto, me ha encantado ver tu máquina, porque en casa tenemos una exactita, la de Juanmi, con la que se preparó sus oposiciones.
También hay detrás de ella una bonita historia. Algún día la escribiré.
Efectivamente, las teclas de las máquinas de escribir llevan siempre escondidas muchas historias. Espero conocer la tuya.
Mi primera maquina de escribir creo que le costo a mi padre 12,000 ptas y fue la Lettera 12 de Olivetti. Ahora mismo tengo dos en casa, le he dich oa mi madre que no se le ocurra tirarla, y tengo tambine una que me regalo mi ex y que pertenecio a su padre y que espero se haya arrepentido de regalarmela, juasjuas...
Por cierto, necesito una buena receta para cocinar boniatos, nada del otro mundo, pero solo se hacerlos al horno en general...
La mia fué una "Lettera 24 de Olivetti", donde aprendía a hacer todo tipo de trabajos y la tiene ahora mi madre, por que le gustaba más que la suya, aunque tiene avisado devolverla el día que ya no la use....tengo otras más antiguas que me han ido regalando, y las miro todas con gran respeto...
muy buena tu historia Charo
Hermosa historia Charo
Llegue a tu blog a traves del de Tubal, pasare mas seguido a partir de hoy
Cuando yo tenía unos 15 años, mi padre se plantó y se negó a prestarme el ordenador más si no aprendía mecanografía. Así que ese verano no me quedaba excusa. Sin embargo, como en el fondo es la mar de bonachón, nos ofreció un incentivo tanto a mi hermana como a mí. Nos daría 1.000 pesetas si aprendíamos a escribir el abecedario en esa máquina con los ojos vendados.
Total, que deslumbrada por el vil metal, me levanté una mañana que él estaba en el trabajo, y escribí el alfabeto unas... quinientas veces seguidas. Creo que había teclas que pulsaba con los dedos incorrectos, y sin embargo, daba igual. Al cabo de unas horas, aquello era pan comido. Para cuando llegó mi padre a casa, le hice mi demostración y me gané el premio ese mismo día... que me entregó con su nobleza característica, pero un destello de tristeza en sus ojos. ¿Qué podía hacer? Obviamente yo seguía sin saber escribir a máquina, aquello era un puro despropósito.
Pero bueno, pasada la broma y, ya que estaba, me pasé dos o tres semanas practicando en serio con secuencias de letras y palabras absurdas, hasta que aprendí de verdad, sin necesidad de dinero mediante. Al fin y al cabo ese era el único premio que necesitaba, no?
Y hasta aquí mi granito de arena aportado a la historia de esta reliquia familiar. :)
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