martes, 25 de agosto de 2009

Las cenas del domingo

El aire acondicionado sobre el motor es nuestra barrera de confort protectora de los calores de Sevilla, cuando se entra el domingo por la tarde en la ciudad de los mil termómetros. Pero eso no evita contemplar las calles, las aceras, los asfaltos, todos ellos solitarios, despoblados, sin vida.

La maldita soledad acampa las tardes del domingo en las grandes ciudades, y se acentúa en los meses de verano. Soledad que se observa en las avenidas, en las fuentes, en el cierre de los bares, en las plazas libres de aparcamiento, en los jardines, y que sin duda puede más que la propia temperatura. Soledad de los pocos que osan salir a pasear, tristes, desorientados, cargando con el peso de su propia incomunicación. Es mejor no salir de casa, con la excusa de que llegas de la playa, de que tienes que descansar para el lunes, de que has comido fuera o vas de visita. Pero todos huimos de la soledad los domingos por la tarde, incluso los indigentes, y gente sola, hayla.
A los recién llegados a la tierra de promisión, la ciudad se les cae implacablemente encima, fría soledad con 40 grados con cielo que ni los reconoce, ni les quiere, ni les escucha. Extraños en la tarde del domingo. Cuesta trabajo y años, tal vez muchos, poder pertenecer a un grupo, a un lenguaje común, a un único horario y a una misma agenda y tal vez nunca llegue ese momento. Mientras tanto, uno va haciendo el ridículo consigo mismo.

Al llegar la noche, noche temprana y cena temprana, tal vez una tortilla de patatas calentita sobre la mesa redima el egoísmo de la ciudad, de la propia sociedad, que de este modo justificará sus culpas, su olvido, su indiferencia. Y el lunes, las lentejas traerán la supuesta normalidad a la alimentación cotidiana, cuando realmente es todo un privilegio.

El trabajo y el horario laboral esconden la soledad individual, por eso el domingo deja al descubierto la tristeza del corazón, última verdad a veces inconfesable. Quien se haya sentido alguna vez así de solo y ahora sea feliz, que nunca olvide a los que están. Quien haya pasado hambre y hoy coma a diario, que no olvide a los hambrientos actuales. Hay cosas que nunca se olvidan, es más, se mastican pero cuesta trabajo tragarlas. Malditas tardes de domingo….

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