Hace ya varios años que lo noto: en enero y julio, poquísima gente comprando en los supermercados de los centros comerciales, con los aparcamientos a rebosar. Y es que el público prefiere gastar en moda más que en alimentación. Y claro, la comida no se rebaja. (Yo desconfiaría si bajaran los precios de los productos frescos).
El periódico La Voz de Cádiz –sección Economía- titulaba hace mes y medio: “los españoles gastan más en teléfono que en pescado, y más en cuidados personales que en salud”. Y es que la estructura del gasto familiar ha dado un giro total: antes 8 de cada 10 pesetas se dedicaban a alimentarse, vestirse y pagar los gastos asociados a la vivienda. Pero hoy, que la mayoría de los españoles tenemos cubiertas nuestras necesidades básicas, el gasto crece en otros apartados más vinculados al ocio y la calidad de vida.
Si antes gastábamos en comer el 43,20%, hoy solo el 17,4%, consecuencia lógica del aumento de la riqueza tanto social como personal. Cuanto más dinero se tiene menos se gasta proporcionalmente en comer.
Sin embargo, lo que ocurre en los periodos rebajiles, me deja muy preocupada, pues da la sensación de que comer es algo secundario, flexible ante cualquier otra necesidad, incluso producida por emociones compulsivas. Y sospecho que a la gente le da por comer productos precocinados o hacerlo fuera de casa, todo ello afectando a la calidad y el orden de la alimentación diaria familiar.
Creo que estamos jugando con algo muy serio: se trata de no atender la necesidad básica de comer y comer bien, cuando nuestra capacidad adquisitiva lo permite. No me refiero a sueldos y pensiones de pena, (ya hablaré de este asunto), sino a rentas más que decentes. Antes teníamos menos y comíamos mejor. Estamos malgastando un patrimonio: la cultura de comer sano y en casa, y esa es una mala noticia.
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