Se me encoge el corazón cuando visito su casa en la que vive sola, a sus ochenta y cinco años, y no veo los baños y la cocina tan limpios como antes, cuando “no le paraba una mosca encima”. Ya no ve ni tiene el olfato de otros tiempos. Me entristece comprobar cómo va perdiendo sus facultades físicas y mentales, incluido el apetito. Sin embargo, aún conserva la disciplina de alimentarse a horas fijas y de hacerlo de un modo aceptable en calidad y cantidad.
No ocurre así en muchos ancianos que viven solos, que caen fácilmente en la inapetencia. Algunos no saben cocinar -sobre todo los hombres-, no saben qué alimentos deberían incluir en sus dietas, no tienen información útil sobre nuevos productos, solo lo que la publicidad cuenta. Y empiezan a perder fuerzas e ilusión para trabajar en la cocina.
En la sociedad de la información en que vivimos, las personas mayores ocupan un lugar aislado, indefenso. Las tardes de televisión –inevitables porque algunos apenas pueden leer y tiene problemas de movilidad para salir- solo les aportan -con la cutre oferta actual de la programación- malos ejemplos y negativas referencias sociales, que les van sumiendo en una mayor incultura e ignorancia. Todo ello les convierte en objetivos de la peor industria alimentaria, la que comercializa productos precocinados y de mala calidad.
Me da pena que muchos ancianos no puedan comprar buenos productos frescos debido a sus bajas pensiones, y veo que malviven no solo social y culturalmente sino también con mala salud por la alimentación. Por eso, en un país como España, con abundante oferta de supermercados –unos mejores que otros- y tiendas de barrio, nuestros mayores necesitan urgentemente un apoyo en la cocina, no solo para elaborar un menú equilibrado de comida sana, sino también para consumir productos frescos de calidad (por ejemplo, pescados, aceites de oliva virgen extra, buen jamón, buen queso, buenas frutas y verduras frescas….), artículos de primera necesidad para ellos que, consumidos en pequeñas cantidades, consiguen alimentarles de forma completa y adecuada.
Escuché en cierta ocasión las conclusiones de un estudio para prevenir la demencia senil en la tercera edad: falta de vitamina B, la que aporta la carne. Los ancianos no la consumían por problemas en la dentadura o por falta de presupuesto (¡!!!!!), pero algunos que la tomaban en dosis adecuadas no asimilaban sus propiedades debido a la interacción de sus medicamentos. En suma, se concluyó la necesidad de administrar preventivamente vitamina B a personas mayores de 60 para evitar esta enfermedad mental.
Creo que niños y ancianos están expuestos a los peligros de la oferta alimentaria actual, con productos muy elaborados, y sin escrúpulos para comercializar alimentos poco sanos tanto por su contenido como por la escasa o mala calidad de sus nutrientes. Se trata de vivir la vejez lo mejor posible, cuidando la buena alimentación, que en España se puede.
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