Como consecuencia de esto, quienes se preocupan por su salud alimentaria, tienen que “buscarse la vida”, siguiendo la pista a posibles teorías honradas, contrastando informaciones, y fijándose una línea de actuación a modo de principios en el modo de comer. No puede uno dejarse llevar por lo que se nos ofrece, hay que ser selectivamente pijo, a pesar de la influencia social hecha a base de marketing sobre los productos alimenticios.
Están consiguiendo – por ejemplo- que el consumidor –sobre todo los niños- se enganche a los sabores artificiales de los alimentos precocinados y desprecien el tiempo empleado en preparar la comida como Dios manda. Cultura del mínimo esfuerzo, que se llama, y que se está extendiendo peligrosamente por doquier. Como en todos los cuentos, siempre hay buenos y malos. A ver si este cuento alimentario acaba bien. ¿Quién saldrá ganando? La especulación y el negocio ganan a la responsabilidad social, pero también la dejadez y la falta de empeño minan el trabajo bien hecho y la entrega del que lo realiza. Malos tiempos para los que van por derecho.
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