Mis padres fueron Juan y Lavinia, y en 1812 cumplí 45 años. Fui la mujer de Thomas Fedriani Petri, llegado a Cádiz procedente de Trieste, según sus documentos, aunque yo lo tuve siempre por genovés. Primero llegó su hermano mayor, Juan Santos, que marchó a Pérú con su mujer gaditana Florentina Jordán y su hijo. Al poco llegaron a esta ciudad mis suegros, (Jorge Fedriani Testa y Margarita Petri Rossi) con el resto de sus hijos, mi Thomás, Carlos y Cecilia, (estos dos fallecieron muy jóvenes). Vivían en la calle Murguía, hoy Cánovas del Castillo.
Conocí a Thomas, y a mis diecinueve años me quedé embarazada, naciéndome en 1786 una niña llamada María Dolores, inscrita como ilegítima según la ley de entonces. No obstante, pasó a ser legítima con nuestra posterior boda.
Aunque Thomas y yo podíamos vernos en total libertad y él contribuía muy generosamente a la manutención de nuestra hija (con cuatro pesos mensuales), lo cierto es que me había dado palabra de matrimonio pero éste no llegaba. Por ello decidí denunciarlo por incumplimiento de promesa, una de las pocas leyes que en aquellos tiempos amparaba a las mujeres, y “ser yo mujer honesta, recatada y de buena crianza”. Gracias a mi demanda, Thomas y yo nos casamos en la parroquia gaditana de Santa Cruz un frío 15 de enero de 1788. Él sí era mayor edad, pues tenía 25 años recién cumplidos.
Y así luego nacieron mis hijos Jorge, (1788) -hoy perteneciente al Batallón de Voluntarios Distinguidos de Cádiz-, las niñas María Ana y Manuela (1791 y 1794) que se me murieron pequeñitas por epidemias, Manuel, (1796) José María, (1798) Mariano (1800, que nació en Chiclana, donde nos refugiamos de la fiebre amarilla), Tomás, (1801), Maria (1804), Francisco de Paula (1805), Pascual (1807) y Maria del Carmen (1811). En total, doce hijos tuve y todos nacieron vivos.
Mi marido, como tantos extranjeros instalados en Cádiz, fue un próspero comerciante, cuyo negocio siempre nos permitió vivir holgadamente. Teníamos varias sirvientas, en nuestra casa de la calle Escuelas 152, hoy llamada Obispo Urquinaona, que antes fue de mis padres. El nombre de la calle viene por la proximidad de las escuelas de los padres jesuitas, a la que fueron mis hijos, y la alta numeración viene impuesta por la ordenación del caserío de entonces. Cádiz contaba en 1810 con más de 70.000 habitantes, censados en un total de 4.135 fincas.
Aparte de la dedicación a mis hijos, quiero resaltar el tiempo tan extraordinario que me tocó vivir en Cádiz. Por un lado, la prosperidad económica por el comercio floreciente, y más concretamente tras la paz de Versalles. Y por otro, la promulgación de la constitución de 1812, acontecimiento vivido intensamente por los ciudadanos. Dicen que en la calle Nueva, por su proximidad al puerto, se escuchaba hablar todas las lenguas del mundo.
Y como frivolidad, referir que en esos años en Cádiz se vestía muy bien, pues llegaban a la ciudad procedente de Holanda la mejor lencería; de Inglaterra lanas manufacturadas, bayetas, paños y casimires; y de Francia telas, encajes, sedas, terciopelo y artículos de mercería. Yo usaba medias de seda y encajes que me gustaba insinuar subiendo un poco mi falda, ignorando la moda francesa. Luego, el desastre de Trafalgar fue el comienzo de nuestro declive económico.
Aquellos años trajeron también la libertad de mercado en la alimentación, que dejó de ser algo impuesto por la autoridad; por ello, hubo un antes y un después en el modo de cocinar y alimentarse. Al fín y al cabo, aquí no había pobres, los sirvientes vestían como los señores y Cádiz era una ciudad moderna, abierta, progresista y de lo más exquisito.
Mi marido murió en 1840, a los 75 años, siendo enterrado en la parroquia del Rosario. Y yo tres años más tarde, un 15 de agosto, día de la Virgen, a los 76, viendo ya a mis hijos dedicados al comercio como su padre, con algún nieto convertido en banquero, dos en grandes pintores, tres en actores de teatro, y otro en jesuita, futuro confesor del maestro Falla.
El gaditano Manuel Fedriani del Moral -tataranieto de mi hijo Francisco de Paula- está dedicando tiempo y esfuerzo a investigar sobre la familia Fedriani, desde que ésta arribó a la península, y que hoy es aún muy numerosa debido a su abundancia de hijos varones. Gracias a él he podido hablar de mi vida casi doscientos años después. Y gracias a la gaditana Charo, (también tataranieta de mi hijo Francisco) que se ha puesto uno de mis numerosos vestidos, he vuelto a pisar las alegres calles de Cádiz, celebrar estas fechas constitucionales y ver desfilar con orgullo a mi apuesto hijo Jorge Fedriani Toscano con su uniforme de Voluntario Distinguido.
(Todos los datos históricos son propiedad intelectual del libro escrito por mi primo Manuel Fedriani del Moral, que gustosamente me ha autorizado a publicarlos para esta ocasión).